segunda-feira, 4 de maio de 2015

Cenas brasileiras:a despedida


Lurdes, morena índia dos olhos um tiquim puxados, o cabelo liso no rabo de cavalo. Lurdes é colorida, é doce. Mas ali no castanho dos seus olhos ela guarda uma sabedoria que só uma mãe  pode ter – mas que nem todas as mães têm.
A feira livre corre solta, a gente leva ali na cidade tudo que produziu na roça para vender. Queijo minas, manteiga de garrafa e essas coisas todas de “Brasil profundo profundísimo”. O burburinho da feira, o sol meio aparecendo no céu. Ela olha no fundo dos olhos dele  (ela, a única mulher que consegue tocar seu coração).
“Meu filho, eu to longe porque a vida é assim mesmo. Nao é por falta de amor, nem de vontade de tá junto”. Ele diz um “Eu sei” baixinho. Aí eles se abraçam demorado. Ela nao chora, ele tampoco. Seus grandes olhos castanhos, os dele. 
Minha garganta apertava. Sentia a lágrima ali, em ponto de queda. Mas segurei firme para nao cair no choro e quando chegou a minha vez, quase nao consegui falar. Saiu um “obrigada” meio seco, muito mais seco que o carinhoso adeus que eu gostaria de ter dito.

E entao entramos no carro, e o carro foi deixando a cidade, entrando na estrada, atravessando os povoados, as montanhas, as cidades, até chegar de novo na odisseia babilonia urbana onde cada um seguiu um caminho separado. E Lurdes, nunca mais a vi. 

domingo, 1 de fevereiro de 2015

Aun se acordaba de la arena blanquita en la playa, de la brisa suave que le cogía las espaldas quemadas del Sol. O del sonido de las gotas de agua que caen en las hojas, y del olor de la tierra mojada después de las lluvias de verano. Por las noches, mientras oía los estrenados de las bombas afuera de la base, volvía la imagen de su última novia antes de partir, la piel morena, el pelo liso y negro como lo de una india.
“Lo que pasa es que todo regimiento tiene su tonto. Hubiera querido el destino que ese uno fuera yo”, me dijo, ya pasado el peor. Blanco, latino, judío, y “cearense”. Nadie le pudo entender. No era americano, no era negro, tampoco el típico chicano de la piel medio morena y bigote. En Brasil, seria sencillamente mas una de las tantas mezclas que a los otros le sonaba raro. Pero ahí, en medio a tantos desafortunados, sus orígenes heterodoxas no le daban carnet de entrada para ningún grupito.
Es posible que Kandahar le hubiera gustado, con sus paisajes arenosos. Pero pasaba sus días como un prisionero, atrapado en la base militar. El campo tampoco era pequeño, y de inicio lo recogía en un coche de jugar golf. Lo quitaran después de un pequeño incidente y empezó a moverse por ahí con una bicicleta estropeada – que tenía que frenar con sus rodillas.
No tenía miedo, solo solitud. También le pesaba las ganas de hacer el amor, como me dijo en sus únicas vacaciones mientras mamá no nos escuchaba. El ejército lo prohibía, pero las personas con más enchufe lograban hacerlo. La única vez que él intento algo, la chica – que además era lesbiana – entro con una queja y él casi que acaba en la prisión militar. Así que se conformo en pasar el año seco como el desierto que le acercaba.
De inicio, no entendía lo que había hecho un país como los EEUU a mover tantos esfuerzos por aquella tierra lejana, vacía, llena de arena. Pero luego se dio cuenta de que era el sitio perfecto, algo exótico y misterioso, para empezar una grande fabrica de cerrar negocios. En su definición, la guerra era una bolsa sin fundo donde el gobierno americano despejaba la plata para mover su economía, al mejor estilo keynesiano de cavar huecos para después cerrarlos. “No hay el ‘bien’ contra el ‘malo’. Es una guerra imposible. EEUU lucha contra alguien que está preparado para explotarse. Alguien que no está comprometido con la Convención de Ginebra”, dijo. “Al final, es una manera de agitar la economía americana y ya”.
Nadie entendía como había llegado ahí. No sentíase como el típico migrante mercenario, aunque eso era exactamente lo que era. La primera vez que dijo a familia lo que había pasado, fue como si anunciase su muerte. Afuera una participación mínima en las dos grandes guerras, la última guerra en que Brasil estuvo metido fue la del Paraguay en el siglo XIX. Así que la idea de tener un hijo en el front sonaba especialmente trágica.
Tampoco ese era el destino que él proprio tenía en mente cuando salió del Ceará para casarse en Boston en 2008. Pero luego la burbuja explotó, y un migrante latino no tenía muchas oportunidades por ahí. Su cuñado le dijo para que se alistase – y que era muy difícil que fuera convocado para una guerra de verdad. Por unos meses, todo que tenía que hacer era viajar a cada tres semanas para una base militar en el norte del país para los entrenamientos. Se olvidó entretanto que EUA estaba metido en dos guerras en aquel momento. Así que algunos meses después, su mujer recibió una llamada nerviosa: “Me voy a Afganistán.”
Por esa época, pasaba lejos de su familia brasileña. Así que mamá se sorprendió cuando su nuera le llamo para decir que algo ibas muy malo. El casamiento ya no se sujetaba, y él, a los 31 años tenía ya dos bodas fracasadas en el currículo.
Trabajaba 12 horas por día en el Controle de Manipulación de cargas, organizando los vuelos y camiones que llegaban y salían. Dormía como unas 7 horas. No tenía muchos amigos, y tampoco charlaba mucho con los afganis. Comía en el refectorio para no tener que gastar su sueldo en los restaurantes de la base: Pizza Hut, TGI Fridays, Kentucky Fried Chicken y otros típicos americanos. La diferencia entre eso y n una oficina normal era la pistola colgada en la espalda todo el tiempo.
Lo que ayudaba a él eran las pastillas. Empezó a tomarlas aun en los EUA, cuando supe de la viaje. No era lo mejor del Mundo, pero le ayudo a pasar los peores días. Mamá ya estaba conformada, y siempre decía que su nuevo trabajo le ibas a dar experiencia en logística y que al final, ibas a tener un oficio.
Su principal enemigo no eran los afganis – “gente sencilla y trabajadora”, me dijo –sino los propios americanos. Nadie lo respectaba. Supo (por sitios de noticia, porque en la base nadie hablaba de esas cosas) que un tirador americano había matado 16 afganis en Kandahar (en marzo de 2012). Después del atentado, la nueva orden era andar con la pistola cargada y lista para tirar. Fue cuando tuvo un pelín de miedo – la chica que sentaba a su lado no sabía manejar muy bien la pistola, y temía que ella disparase sin intención.
El judaísmo también le ayudaba, pero luego percibió que era mejor que no demostrase mucho su religión por ahí – habían recogido unos escritos nazistas en el armario al lado del suyo.
El año pasó muy lento, pero, en fin, lo pasó. Y, después de 8 meses de una supuesta recuperación en una base de heridos de guerra, pudo volver a su vida más o menos normal en Boston. El sueldo que recibe le permite visitar su tierra algunas veces por año, y en el calor fresco de las playas cearenses, suele desfrutar del trato dulce de su nova novia brasileña…. Las americanas, mejor no, me dijo una vez.